La Ludopatía o Juego Patológico

La Ludopatía o Juego Patológico.

Esta es la mejor muestra de cómo una conducta humana puede pasar de ser una costumbre apacible y liberadora, a una enfermedad coercitiva: el juego patológico o ludopatía. El juego empieza a ser un problema cuando el individuo pierde su libertad frente a él y cuando aparecen síntomas de abstinencia, es decir, irritabilidad, inquietud, desazón y malestar general cuando el adicto no puede jugar.

 

El jugador patológico, el adicto, en definitiva, el enfermo por el juego, padece un impulso incontrolado, una “necesidad” de jugar. Casi ninguno reconoce su pérdida de control. Todos refieren que saben cuándo hay que parar, que ellos son los que dominan la situación. En una palabra: que controlan, aunque la experiencia nos demuestra que eso es absolutamente falso.

 

El ludópata suele ser un sujeto con rasgos anómalos de personalidad que giran en torno a la baja autoestima y a una dificultad para controlar sus impulsos. Por lo que respecta a la mujer esta suele iniciarse en el juego en torno a los 45 años, jugando sobre todo al bingo, a las máquinas tragaperras y a la lotería por este orden. El mayor porcentaje de enfermos de juego se recluta entre los trabajadores autónomos y las amas de casa.

 

A pesar de precederle una larga historia, así como una destacada presencia en los ámbitos sociales y literarios, el reconocimiento del juego patológico como una enfermedad merecedora de diagnóstico y tratamiento, es relativamente reciente. Las descripciones literarias o cinematográficas siempre han resaltado la relación entre juego y rasgos de personalidad, o también entre aquel y ciertos condicionamientos familiares aprendidos. Su relación con rasgos como la atracción por el riesgo y la aventura, o su conexión con los valores monetarios imperantes en la sociedad de consumo, han sido las vertientes más acentuadas. Igualmente, las consecuencias deletéreas para los/las practicantes y las personas cercanas, es otro de los aspectos más típicos y mejor conocidos de esta grave y frecuente «costumbre-hábito-enfermedad».

 

En las últimas décadas se han establecido criterios concretos para distinguir entre jugadores por afición o diversión y los jugadores patológicos. Oficialmente se ha reconocido ya como categoría clínica independiente. A pesar de ello las dificultades que siguen existiendo en cuanto a su reconocimiento, diagnóstico y tratamiento son obvias, debido más a factores de índole social que puramente médico.

el juego patológico o ludopatía. El juego empieza a ser un problema cuando el individuo pierde su libertad frente a él

Diagnóstico de la Ludopatía o Juego Patológico

Los psiquiatras disponemos de criterios de diagnóstico válidos, fiables y fáciles de aplicar; pero muy pocas personas afectadas entienden o aceptan que su conducta de juego sea una «enfermedad». Incluso a muchos familiares les sigue costando reconocer que los afectados sufren esa patología. Además, la sociedad sigue manteniendo una actitud ambivalente, cuando no hipócrita, reconociendo los riesgos del juego, denunciando sus consecuencias, pero promocionándolo y practicándolo cada vez con más intensidad.

 

La cadena típica de actitudes familiares y personales pasa por la negación, la incomprensión, el rechazo, el desprecio o el aislamiento de los afectados. Pocas veces acaba en la consideración del problema de la ludopatía como algo patológico, y menos aún como un problema psiquiátrico. Sin embargo, en el momento actual, los criterios clínicos permiten alcanzar una elevada precisión en el diagnóstico y establecer un algoritmo válido para la diferenciación, del juego «normal», y de otros desórdenes del mismo tipo. Son los llamados trastornos del control de los impulsos.

 

Una gran proporción de la población practica juegos de azar con potencialidad «adictógena» (60-80 %); pero sólo una parte de ellos sufren problemas del «control del impulso a jugar». Es decir, las tasas de sujetos «enfermos» son muy oscilantes, y se observa una tendencia a incrementarse. Se ha pasado de un 0.2 % hasta un 6 % de la población general. En España se han barajado tasas oscilantes entre el 3 y el 12 %, lo que supone que al menos habría entre un millón y un millón y medio de personas que sufren ludopatía.

 

Por otra parte, es posible establecer relaciones entre riesgo de llegar a sufrir juego patológico y determinados condicionantes de índole personal, familiar y social, como la facilidad o permisividad del juego, la educación consumista, la práctica del juego como diversión familiar, y ciertos rasgos de personalidad predisponentes.

 

Por eso, con frecuencia es posible reconocer el problema desde edades tempranas (cada vez más en adolescencia); se suele presentar asociado a otros desórdenes de conducta (consumo de alcohol o drogas, depresión, etc.) o bien se suma a otros factores de riesgo psicosocial, como ocurre en determinados grupos étnicos, en ambientes próximos a la delictividad, etc. Debe llamar la atención y son indicios de la existencia de un juego patológico lo siguiente:

  • creciente preocupación por el juego,
  • aumento de la frecuencia de juego,
  • juego en solitario,
  • ganancias inesperadas,
  • aumento de la «tolerancia» al juego,
  • aislamiento de la familia o de los amigos,
  • rechazo de los comentarios sobre su conducta patológica.

Si además concurren otros aspectos, tales como la aparición de comportamientos depresivos, o de conductas autodestructivas, entonces es que la actitud de juego patológico ya está plenamente instaurada.

 

En efecto, numerosos estudios han establecido una elevada y preocupante concurrencia del juego patológico con depresión, ansiedad, abuso de sustancias y riesgo de suicidio. Incluso últimamente se están apreciando relaciones entre la adicción al juego y otras conductas encuadrables en el grupo de las que hemos llamado «adicciones comportamentales» o «no químicas». Por otra parte, se pueden establecer patrones diferenciales entre las conductas de juego de las mujeres y de los hombres. En ellas se aprecia una relación notable con consumo excesivo, ingesta alimenticia exagerada y conductas sexuales compulsivas.

Evolución de la Ludopatía o Juego Patológico

La evolución del trastorno es típica y existe una clara relación entre el aumento de la conducta de juego y la pérdida del control por parte del afectado. En este sentido, los expertos han establecido tres fases características, con fines descriptivos: Una primera «fase de ganancias», que suele suceder a una ganancia importante, inesperada o buscada, la cual, además de beneficio económico, sirve como compensación de problemas personales o relacionales.

 

A esta primera etapa le sigue indefectiblemente otra «fase de pérdidas», durante la que se insiste en la práctica del juego, como intento de recuperación de las pérdidas, Poco a poco se llega al juego en soledad, a las mentiras, a las pérdidas cuantiosas y se producen los desajustes laborales, familiares y sociales. La consecuencia obvia de lo anterior, es la llamada «fase de desesperación», en  la que se observan cambios drásticos muy negativos en la conducta, como acentuación de otros hábitos morbosos (alcohol, etc.), deterioro grave de las relaciones personales y del trabajo, búsqueda desesperada o delictiva de dinero, y de ello se derivan las lógicas complicaciones legales, las que con frecuencia son la antesala de intentos de suicidio o incluso de suicidios consumados, muchas veces inesperados e incomprensibles.

 

Se han desarrollado diversos modelos teóricos para explicar por qué se llega a ser jugador, y por qué el jugador sigue jugando a pesar de los problemas que le ocasiona su conducta. Al respecto las teorías se han basado en modelos complejos, que van desde los condicionantes biológicos cerebrales (las conocidas alteraciones de la serotonina), a los modelos psicodinámicos, las teorías cognitivas y de condicionamiento operante de la conducta, etc.

 

Sin embargo, para los menos iniciados, la concatenación más frecuente y sencilla de entender, es que se dé el paso de jugador social a jugador excesivo pero controlado; y que, después coincidiendo con algún tipo de acontecimiento vital estresante, necesidad de dinero, se llegue a jugador patológico. Por lo que respecta a la relación entre el juego patológico y el modo de ser, es sabido que ciertos rasgos de personalidad actúan como factores predisponentes. Por ejemplo, la tendencia a la impulsividad, la necesidad de búsqueda de sensaciones intensas, la extroversión y la predisposición a la depresión.

 

También se han identificado diversas alteraciones biológicas cerebrales que pueden relacionarse con la predisposición a la pérdida de control ante el juego. Es decir, se acepta que hay ciertas alteraciones neuroquímicas que se relacionan o explican los rasgos de personalidad, los que a su vez preceden o predisponen a gusto por el juego y también a la mayor probabilidad de que se llegue a una pérdida del control si se juega. En particular se cree que las alteraciones de la serotonina cerebral serían la base de la impulsividad y de la pérdida del control.

El ludópata suele ser un sujeto con rasgos anómalos de personalidad que giran en torno a la baja autoestima y a una dificultad para controlar sus impulsos

Evolución de la Ludopatía o Juego Patológico

Hoy sabemos que la ludopatía es una enfermedad muy frecuente y muy grave, pero también sabemos que puede detectarse y tratarse con éxito. En el momento actual el tratamiento debe incluir tanto un plan terapéutico del propio juego patológico como de los trastornos asociados; en definitiva, un abordaje amplio y comprensivo de los determinantes sociales del juego y de las consecuencias laborales y familiares que ha conllevado.

 

Los recursos mejor conocidos y con mayor probabilidad de éxito incluyen los «Grupos de Autoayuda», que permiten un abordaje individual y familiar, así como las actividades de rehabilitación social y laboral.

También es preceptivo practicar una psicoterapia individual, y sin duda, hay que aplicar también farmacoterapia. Disponemos de sustancias que han mostrado su utilidad para aumentar la resistencia al impulso de juego.

Obviamente, no basta con tomarse una píldora y esperar que lo resuelva todo; pero tampoco hay por qué privar a los afectados de fármacos que mejoran la tristeza, que aumentan la confianza en uno mismo y que ayudan a mejorar los «frenos» para que la voluntad funcione de forma más efectiva.

¡No se agobie innecesariamente, su problema puede tener solución!

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