Dismorfofobia o Trastorno Dismórfico Corporal, es un cuadro psicopatológico descrito por primera vez en 1886. El trastorno dismórfico corporal (TDC) fue reconocido por la Asociación Psiquiátrica Americana en 1987 y fue registrado y reconocido oficialmente como trastorno psiquiátrico en 1987 en el DSM-III-R. Desde entonces se ha cambiado el nombre de dismorfofobia a trastorno dismórfico corporal.
El trastorno dismórfico corporal es un trastorno relativamente frecuente entre la población general, pero que con frecuencia pasa desapercibido al no preguntarse específicamente por sus síntomas durante la entrevista clínica. Se estima que el 1-2 % de la población mundial reúnen los criterios diagnósticos propios del TDC.
El inicio de los síntomas generalmente ocurre en la adolescencia o en la edad adulta temprana, donde comienzan la mayoría de críticas personales relacionadas con la imagen corporal, aunque los casos de aparición de TDC en niños y adultos mayores no son desconocidos. Afecta a hombres y mujeres por igual.
El 97 % de los pacientes con TDC evitan las actividades sociales normales y ocupacionales. La mayoría son solteros o divorciados. El paciente puede someterse a múltiples intervenciones quirúrgicas para corregir este defecto, pudiendo llegar incluso a medidas extremas como la autocirugía.
Esta creencia puede tener el carácter delirante formando entonces parte de un trastorno delirante somático o el carácter de idea sobrevalorada formando parte entonces de un trastorno dismorfico corporal, según el DSM-IV-TR o de un trastorno hipocondríaco, según la CIE-10.
Se ha de hacer un diagnóstico diferencial con la ansiedad social, con preocupaciones normales por la apariencia, con trastornos de la identidad sexual y de la conducta alimentaria, con el trastorno obsesivo y depresivo y con trastorno delirante e histriónico, entre otros.
Las causas del TDC difieren de una persona a otra. Sin embargo, la mayoría de los investigadores creen que podría ser una combinación de factores biológicos, psicológicos (yo frágil, timidez, perfeccionismo, disminución de autoestima, temor al rechazo) y ambientales de su pasado o presente. Malos tratos, abuso o abandono pueden ser también factores contribuyentes, alrededor del 60% de las personas con TDC informan de haber padecido reiterados episodios de humillación en su infancia y juventud.
Una reciente investigación mediante visualización de escáner cerebral, pone de manifiesto que el cerebro de estas personas es, en principio, estructuralmente normal, pero el problema es que funciona de modo anormal cuando procesa los detalles visuales. Los pacientes con TDC utilizaban más a menudo su hemisferio cerebral izquierdo, la parte analítica, mejor preparado para procesar detalles complejos, incluso cuando procesaban las imágenes menos intrincadas, de baja frecuencia. El trastorno dismórfico afecta a más personas de las que se imagina.
Una adicción a las cirugías innecesarias, a mirarnos constantemente al espejo y a hacernos selfies que distorsionan nuestra imagen real, pueden ser el “chivato” que revele que, en realidad, sufrimos trastorno dismórfico corporal.
Muchos autores piensan que se trata de “una alteración de la percepción de la imagen corporal”. Se trata de personas que han sufrido mucho y tienen algún tipo de trauma adquirido en la infancia.
Las personas que sufren de trastorno dismórfico, por lo general, han sufrido mucho en la infancia, se han criado en una familia muy autocrítica, que ha sido particularmente censuradora con ellos. Se han sentido juzgados o han sido objeto de bullying o burlas en el colegio por algún aspecto de su cuerpo.
Incluso pueden haber sido víctimas de abusos sexuales, maltrato o negligencia por parte de sus padres. En definitiva, son personas que siguen sufriendo y vuelcan toda su frustración en algún “defecto” físico, que puede ser real o imaginario. Este es otro punto curioso: puede, o no, haber un defecto real. En algunos casos existe un mínimo defecto real, que puede pasar totalmente desapercibido para los demás o que otros ven como algo sin importancia. Y, en ocasiones, sí que hay una “imperfección” de base que acompleja mucho.
Aunque se da por igual en mujeres y en hombres, estos serían más complicados de tratar. Los hombres son más obsesivo-compulsivos y esto añade un peligro extra a la hora de aplicar un tratamiento. Si a eso se le suma que los hombres son más difíciles de curar en general, queda claro que este trastorno es muy intenso en el público masculino.
La obsesión de los hombres se centra en tener una constitución lo suficientemente fuerte, algo que se empeñan en conseguir a golpe de ejercicio extenuante o de cirugías innecesarias.
Por lo que respecta a su personalidad, suele tratarse de personas inteligentes, dominantes, obsesivas, perfeccionistas, con baja autoestima, muy sensibles al rechazo, con mucha necesidad de ser aprobados y admirados por los demás, y que se comparan constantemente con otros.
Entre las personas víctimas de la dismorfofobia hay puntos en común sobre qué partes de su cuerpo les preocupa. Aunque lo primero que se nos viene a la mente es la cara, las estadísticas demuestran otra realidad:
Estas personas tienden a tener una obsesión por su cuerpo, enfocando hasta los poros de la piel cuando se miran, lo cual hacen continuamente durante decenas de veces al día.
La mayoría de las veces se operan lo que les acompleja, pero al final surge otra “distorsión” en otra parte de su cuerpo y es posible que haya que volver a operarles. Nunca están satisfechos.
Al tratarse de un trastorno muy limitante, quienes lo sufren se “esconden” tras peinados, maquillajes y ropas, acaban por aislarse, dejan de relacionarse con familiares y amigos, son más vulnerables a la ansiedad, la tristeza, la angustia, el pánico, la fobia y la depresión.
Dejan de hacer su vida normal, evitan situaciones sociales, tienden a aislarse, dejan de ir al colegio, al trabajo, de quedar con los amigos. Y en los casos más extremos, pueden incluso llegar a arrancarse el pelo, la piel, a entrar en un círculo vicioso de cirugías innecesarias, a caer en un trastorno de la alimentación, en la práctica de ejercicio físico de forma extrema, en el abuso de sustancias (drogas y/o alcohol) o en un intento de suicidio.
Los expertos insisten en la obsesión actual que tenemos todos por la imagen. Y en esto están contribuyendo negativamente la moda de los selfies y unos cánones de belleza conseguidos a golpe de bisturí, imposibles de cumplir.
Un dato: 7 de cada 10 menores de 35 años ya admiten estar demasiado pendientes de su físico por culpa de Instagram. Y según los cirujanos plásticos, las intervenciones de cirugía plástica, como la mentoplastia, y los procedimientos de medicina estética habrían aumentado un 20% por este motivo. El perfil de los que se animan a pasar por algún retoque es el de jóvenes de ambos sexos especializados en belleza y moda, de los cuales al menos el 60% son mujeres.
Estas a menudo tienen una imagen distorsionada, porque están acostumbradas a verse en modo selfie, y la auto-foto deforma la imagen y agranda ópticamente zonas prominentes como la nariz, la papada o las orejas. También tiende a exagerar los rasgos que nos favorecen menos, como las arrugas marcadas, los párpados caídos, las bolsas, las ojeras, los pómulos vacíos o los labios pequeños.
Hay que “bajar” a la gente a la realidad y desmontar los ideales de belleza, imposibles y obsesivos, que tienen. Recuerda que muchas veces un tacón, un pintalabios rojo o un buen corte de pelo pueden hacer mucho más por ti que un selfie, sobre todo porque en estos la imagen está totalmente distorsionada. No debemos olvidar los colegios, que deberían tomar cartas en el asunto y realizar talleres antibullying y de integración, incluso ofrecer formación a las familias para reducir las críticas y las exigencias en casa al criar a nuestros hijos.
Los expertos advierten sobre la necesidad de un diagnóstico temprano. Cuanto antes mejor, porque de lo contrario estas personas van cavando su propia fosa. Los cirujanos son responsables de detectar la irrealidad e invención de sus quejas, y no deben dar la perspectiva de que la cirugía les va a solucionar algo. No hay que operar así porque sí.
Es necesario que estas personas acudan a un psiquiatra pues es el profesional indicado para trabajar las historias de trauma que le ha generado el sufrimiento que lo lleva a querer cambiar la imagen distorsionada que tiene de sí mismo. Un psicólogo también lo puede ayudar a trabajar sus relaciones sociales y familiares, y a que pueda ver y explotar otras virtudes y aptitudes que tenga de sí mismo.
El trastorno dismórfico no es algo que tomar a la ligera. No se puede mirar para otro lado. No va a mejorar por sí mismo, ni se cura de la noche a la mañana, pues suele requerir un tratamiento farmacológico y psicológico largo y en ocasiones, es necesario un seguimiento continuo.
En principio, las técnicas de terapia cognitivo conductual son suficientes. Pero cuando el nivel de sufrimiento es muy elevado, es necesario utilizar fármacos antidepresivos y/o ansiolíticos para tratar síntomas como la ansiedad, el nerviosismo, la tristeza, la inquietud o las crisis de pánico. Además, los fármacos pueden ayudar, en ocasiones, a facilitar el trabajo de los psicólogos, permitiendo ir más rápido y trabajar mejor a nivel terapéutico.
La terapia en sí consiste en modificar los hábitos y las conductas evitativas (no querer ir al colegio, al trabajo, o quedar con los amigos…). También se emplean técnicas de exposición, en las que, poco a poco, se expone al paciente a la situación que le genera tanta ansiedad: reunión social, comida familiar, mirarse al espejo…
Otra forma es trabajar sobre la historia de trauma que ha podido vivir. Tratar de que su pasado no le pase factura en su presente ni en su futuro. Si esto puede hacerse junto con su familia, mejor
CONSEJO: LA DISMORFOBIA PUEDE LLEGAR A CONVERTIRSE EN UN GRAVE PROBLEMA DE SALUD Y COMPLICARSE CON DEPRESION SEVERA Y CON SENTIMIENTOS. POR LO TANTO NO MINUSVALORAR EL PROBLEMA.