Esta forma de ser se caracteriza por la inestabilidad emocional. Son sujetos que con frecuencia de niños han sido etiquetados de niños hiperactivos y que de mayores evolucionan hacia este tipo de trastorno. Un día están llenos de angustia y de dudas, y al día siguiente toman una decisión de forma impulsiva y muchas veces llena de riesgos. Su ánimo oscila de la tristeza profunda a la la alegría inmotivada y no es raro que abusen de sustancias y que realicen conductas autodestructivas. Esta forma de ser, aunque se atenúa algo con el paso de los años es siempre muy problemática y genera con frecuencia conflictos en su entorno más inmediato.
¿Qué podemos hacer con ellos?
Las posibilidades terapéuticas en los Trastornos de la Personalidad en general, son bastante limitadas. No obstante, existen, pero la condición fundamental para cambiar aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos disgustan e incomodan es ser conscientes de su existencia y de lo irracionales y absurdos que pueden ser nuestros comportamientos haciéndonos sufrir de forma innecesaria. Ese sería el primer paso: darse cuenta de nuestra situación. Como dice Goleman, el autor de uno de los libros más vendidos en los últimos tiempos, “Inteligencia Emocional”, el primer paso necesario para despertar, es darnos cuenta de la forma en la que estamos dormidos.
Para modificar los rasgos anómalos de nuestra personalidad hay que invertir tiempo y constancia, pero el proyecto bien merece la pena. Es un grave error pensar que como tengo una forma ser determinada estoy condenado para siempre a repetir los mismos errores. Si nos lo proponemos con suficiente intensidad podremos conseguirlo. “Querer es poder” dice el refrán popular y no le falta parte de razón.
Una persona puede ser más o menos introvertida, o desconfiada, o sugestionable, o insegura, o…. lo que sea. Esa es su personalidad, mejor dicho, esos son algunos de los rasgos de personalidad que constituyen lo que llamamos temperamento. Pero también existe otra parcela de nuestra forma de ser que podemos modificar con relativa facilidad y que hemos denominado carácter.
La personalidad, en suma, se configura de la interrelación que se produce entre el temperamento, es decir entre lo biológico-genético-hereditario, y el carácter, esto es, lo aprendido del entorno o ambiente que ha rodeado al sujeto. Si trabajamos duro y nos adiestramos convenientemente, incluso si aprendemos algunos “trucos”, podemos ir modificando determinados rasgos y sustituyéndolos por otros que sean más saludables. Todo depende de nosotros, del interés que pongamos y de la necesidad real que tengamos de hacerlo.
Obviamente, este no es el sitio apropiado para aprenderlo, pero si para despertar el estímulo de intentarlo. Nosotros lo vemos con frecuencia en nuestras consultas y podemos afirmar que quienes se lo plantean de forma seria, invierten tiempo y esfuerzo en ello, y se dejan guiar por las personas apropiadas, lo consiguen. Obviamente, para cambiar en profundidad no basta con tener el propósito; hace falta poner en práctica técnicas de psicoterapia complejas, utilizadas por profesionales competentes y no por meros consejeros tan llenos de buena intención como de inutilidad. También es verdad que para limar esos pequeños “defectillos”, esas rarezas menores, esas formas de ser que a veces nos incordian, basta con mirarse al espejo cada día mientras te afeitas, o cada noche, mientras te quitas el maquillaje y te aplicas una crema hidratante y proponérselo con interés y tenacidad.