14 Abr Trastorno Límite de la Personalidad TLP
Trastorno Límite de la Personalidad
Vamos a dar alguna nociones sobre el llamado: Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) al que podríamos llamar la inestabilidad en estado puro.
Hace unos días me preguntaban unos periodistas en un programa de televisión en el que participo habitualmente mi opinión profesional sobre un muchacho, hijo de famosos, que en los últimos días había saltado lamentablemente a los medios por unos tristes y preocupantes acontecimientos.
Con cierta osadía, lo confieso, y haciendo gala de mi “ojo clínico” basado en una larga experiencia acumulada en el mundo de la psiquiatría, afirmé, en contra de la opinión de otros profesionales, que este muchacho tenía muy probablemente un Trastorno Limite de Personalidad, unido a otras alteraciones.
El llamado Trastorno Límite de la Personalidad (si me lo permiten y a partir de ahora TLP) no es una enfermedad sino una forma de ser y de vivir caracterizada por la inestabilidad en las relaciones interpersonales, baja autoestima y alteraciones de la afectividad.
Los Trastornos Límites de la Personalidad son ante todo sujetos impulsivos y extremadamente sensibles a las circunstancias ambientales (separación, rechazo, pérdida), en función de las cuales se sufren intensos cambios en su forma de percibir la realidad. Estas variaciones se producen de forma brusca e inesperada y se traducen en modificaciones rápidas de sus objetivos, de sus escalas de valores, de sus aspiraciones personales y también de las profesionales.
Los Trastornos Límites de la Personalidad en la esfera afectiva y emocional presentan habitualmente un estado de ánimo disfórico, es decir, oscilan entre alegría-tristeza que a su vez se interrumpe por períodos de ira, angustia o desesperación. Lo raro es verles satisfechos o felices.
Esta compleja y peculiar forma de ser la presenta entorno al 2% de la población y constituyen a su vez el 11% de los pacientes psiquiátricos. En cuanto al sexo sabemos que afecta el doble a las mujeres que a los hombres. Es importante significar también que aproximadamente el 70% de los sujetos con Trastorno Límite de la Personalidad tienen algún episodio autolesivo y que el 8% de ellos consuman el suicidio.
Como es fácil de entender vivir con una persona portadora de un Trastorno Límite de la Personalidad puede llegar a ser devastador y nunca sabemos bien cómo actuar, qué decir o incluso a quién acudir si la situación se complica. Son sujetos que sufren y hacen sufrir, especialmente cuando no conocemos las peculiaridades de esta anomalía ni las pautas que podemos emplear para su manejo.
Las personas, ya sea familia, amigos, compañeros que se relacionan con un Trastorno Límite de la Personalidad se ven obligados a ocultar lo que realmente piensan o sienten porque tienen miedo a sus reacciones. Por eso es fácil llegar a pensar que es mejor callarse y que no merece la pena la horrible pelea diaria que supone enfrentarse con ellos. Convivir con un Trastorno Límite de la Personalidad suele ser el foco de intensas, incluso violentas, iras que no tienen sentido, y que se alternan con periodos en los que actúan de manera perfectamente normal e incluso hasta cariñosa.
Estos cambios nos despistan mucho y llegan a hacernos pensar que nos manipulan, controlan o engañan, ya que somos un dia idolatrados y el siguiente despreciados, sin puntos intermedios. No en balde estar con un Trastorno Límite de la Personalidad es como estarlo ante el “Doctor Jekyl y Míster Hyde”, ya que pasa de ser una persona cariñosa, amable y cordial que se preocupa por nosotros, a ser un villano cruel y despiadado que apenas podemos reconocer.
En suma, convivir con un Trastorno Límite de la Personalidad es lo más parecido a estar en una montaña rusa emocional, con subidas intensas, increíbles, fantásticas pero también con bajadas profundas que crean sentimientos de desesperación y de dolor por la relación que creíamos tener. Estos altibajos nos llevan a preguntarnos si somos nosotros los que estamos perdiendo la perspectiva de la realidad y los que estamos mal, al estar siempre sufriendo su desprecio o poniéndose en cuestión nuestro punto de vista.
Lo peor es que se llega al convencimiento de que hagamos lo que hagamos no lo haremos bien, y además, cuando hacemos lo que la otra persona quiere de repente cambian sus expectativas y volvemos a sentirnos incómodos y descolocados. Las reglas del juego no paran de cambiar y no importa lo que se haga, por que nunca podremos ganar. La sensación incómoda de estar atrapado es la norma.
El Trastorno Límite de la Personalidad en sus relaciones de pareja es un caos ya que constantemente humilla y maltrata. Y cuando se intenta abandonar la relación, entonces pretende evitar que nos vayamos de su lado de multitud de maneras (cualquier cosa vale desde declaraciones de amor y promesas de cambio, hasta amenazas directas o indirectas). Hacer planes con ellos es muy problemático debido a su peculiar estado de ánimo, a su impulsividad y también a su imprevisibilidad.
No es raro tener que poner excusas ante los demás por su conducta e incluso intentar autoconvencernos de que ese, el suyo, es el comportamiento normal y adecuado. Con este panorama la ruptura de la convivencia es la norma, en unos casos a través del divorcio, en otros huyendo hastiados de ese amigo, compañero que presenta una conducta ambivalente y errática o, como ha pasado en el caso mediático que les comentaba, con la resignación parental y dejándole hacer lo que mejor le plazca.
Pero esta forma de ser tan especial tiene tratamiento, claro siempre y cuando se utilicen amplias dosis de constancia, se eviten los juicios precipitados, se haga un uso amplio de la paciencia, se evite desviarse de los objetivos prefijados ante la frecuente sensación de no avanzar, se valore y mantenga la mejoría (por pequeña que parezca).
Es necesario también guardar la distancia emocional y evitar tomar el comportamiento del paciente como una afrenta personal, y verlo solo como el producto de sus dificultades emocionales. Los Trastorno Límite de la Personalidad pueden mejorar, aprender, cambiar. Es difícil, muy difícil pero hay que creer siempre en las posibilidades de mejorar que estos “pseudopacientes” tienen y sobre todo nunca tirar la toalla.
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