Estamos ante un tipo de sujeto realmente complejo y cuyo manejo es extremadamente difícil. Es lo que antes se llamaban psicópatas y que ahora llamamos trastorno antisocial de la personalidad.
Son individuos conflictivos y con frecuencia peligrosos ya que su desequilibrio psicológico los lleva a enfrentarse permanentemente con las normas sociales. Desde la más tierna infancia se muestran rebeldes, con conductas ilegales, marginales y presididas por la violencia y la impulsividad.
Suelen ser inteligentes y consiguen con cierta facilidad que otros trabajen, e incluso, cometan delitos en su beneficio. No aceptan las normas, ni aprenden de sus errores, ni es posible hacerles modificar sus comportamientos mediante medidas coercitivas y mucho menos a través de la reflexión.
Su afectividad es fría, distante, aunque pueden disimularlo y llegar a ser unos excelentes seductores cuando les sea provechoso o necesario para los fines que se han propuesto. En ese momento se convierten camaleónicamente en unos seres “encantadores”. Cuando hayan conseguido lo que desean volverán a las andadas, es decir a su frialdad y egoísmo.
La comunicación con los individuos que padecen trastorno antisocial de la personalidad, no sólo es muy difícil, sino que puede llegar a ser imposible debido a su falta de resonancia y empatía. Tienen una absoluta incapacidad de introyectar las normas, no obstante, como suelen ser sujetos astutos, podemos aspirar a establecer ciertos «pactos» con ellos y de esta forma llegar a una entente cordial de no agresión.
¿Qué podemos hacer con ellos?
Las posibilidades terapéuticas en los Trastornos de la Personalidad en general, son bastante limitadas. No obstante, existen, pero la condición fundamental para cambiar aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos disgustan e incomodan es ser conscientes de su existencia y de lo irracionales y absurdos que pueden ser nuestros comportamientos haciéndonos sufrir de forma innecesaria. Ese sería el primer paso: darse cuenta de nuestra situación. Como dice Goleman, el autor de uno de los libros más vendidos en los últimos tiempos, “Inteligencia Emocional”, el primer paso necesario para despertar, es darnos cuenta de la forma en la que estamos dormidos.
Para modificar los rasgos anómalos de nuestra personalidad hay que invertir tiempo y constancia, pero el proyecto bien merece la pena. Es un grave error pensar que como tengo una forma ser determinada estoy condenado para siempre a repetir los mismos errores. Si nos lo proponemos con suficiente intensidad podremos conseguirlo. “Querer es poder” dice el refrán popular y no le falta parte de razón.
Una persona puede ser más o menos introvertida, o desconfiada, o sugestionable, o insegura, o…. lo que sea. Esa es su personalidad, mejor dicho, esos son algunos de los rasgos de personalidad que constituyen lo que llamamos temperamento. Pero también existe otra parcela de nuestra forma de ser que podemos modificar con relativa facilidad y que hemos denominado carácter.
La personalidad, en suma, se configura de la interrelación que se produce entre el temperamento, es decir entre lo biológico-genético-hereditario, y el carácter, esto es, lo aprendido del entorno o ambiente que ha rodeado al sujeto. Si trabajamos duro y nos adiestramos convenientemente, incluso si aprendemos algunos “trucos”, podemos ir modificando determinados rasgos y sustituyéndolos por otros que sean más saludables. Todo depende de nosotros, del interés que pongamos y de la necesidad real que tengamos de hacerlo.
Obviamente, este no es el sitio apropiado para aprenderlo, pero si para despertar el estímulo de intentarlo. Nosotros lo vemos con frecuencia en nuestras consultas y podemos afirmar que quienes se lo plantean de forma seria, invierten tiempo y esfuerzo en ello, y se dejan guiar por las personas apropiadas, lo consiguen. Obviamente, para cambiar en profundidad no basta con tener el propósito; hace falta poner en práctica técnicas de psicoterapia complejas, utilizadas por profesionales competentes y no por meros consejeros tan llenos de buena intención como de inutilidad. También es verdad que para limar esos pequeños “defectillos”, esas rarezas menores, esas formas de ser que a veces nos incordian, basta con mirarse al espejo cada día mientras te afeitas, o cada noche, mientras te quitas el maquillaje y te aplicas una crema hidratante y proponérselo con interés y tenacidad.