20 Mar Tranquilizantes e hipnóticos
Según nos informan los medios, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes ha considerad a España como el país del mundo con mayor consumo de benzodiacepinas. Como lo están leyendo. Yo me quede preocupado ante la veracidad de esa noticia.
Además, referencias más recientes proporcionadas por la encuesta EDADEs 2022, han constatado que el 9,7 por ciento de la población española había consumido hipnosedantes con o sin receta en los últimos 30 días, mientras que el 7,2 por ciento de la población reconoce consumir a diario estos fármacos.
¿Cuál es la razón o explicación de este consumo tan masivo e inquietante de tranquilizantes o ansiolíticos?
Evidentemente la respuesta es compleja, ya que habría muchos factores implicados. Voy a dar mi opinión como profesional de la psiquiatría. al respecto de este asunto tan alarmante.
Por un lado, los tranquilizantes son sustancias eficaces, es decir, hacen lo que tienen que hacer (reducir la ansiedad) y lo hacen bien (seguridad y rapidez). Mucho se habla no obstante de su capacidad de crear adicción, yo personalmente creo que, con frecuencia, son exageraciones carentes de rigor. Es cierto que tienen una capacidad adictiva, pero no todos los ansiolíticos son iguales en este sentido (dependen mucho de la vida media del fármaco) y, además, dependen también de la persona que las ingiere y del control médico que exista.
Los ansiolíticos son fármacos que controlan y reducen los síntomas de una de las enfermedades más frecuentes que existe hoy en día: la angustia/ansiedad. Es decir, un estado de alarma permanente producido por alteraciones neuroquímicas y endocrinas y que puede llegar a originar episodios agudos: trastorno de pánico, creando un sufrimiento intenso en el paciente y en su entorno; además de un elevado absentismo laboral y de complicaciones con otras enfermedades cardiocirculatorias, inmunológicas, dermatológicas, etc.
Observen que he dicho enfermedad. La ansiedad es una enfermedad muy invalidante, pero también puede ser la reacción o respuesta ante el estrés. En el primer caso hay que utilizar el arsenal terapéutico que tenemos y está justificado su uso. En el segundo supuesto, será la llamada psicoterapia de apoyo quizá lo más adecuado. Y de ahí surgen la mayoría de las confusiones entre ansiedad como un síntoma, ansiedad como una enfermedad, e incluso, se podría hablar de la ansiedad como una forma de ser.
Cuando metemos todo en un mismo cajón cometemos un grave error diagnóstico, que a su vez da lugar a errores terapéuticos. No es lo mismo tener un ataque de angustia o un estado continuado de ansiedad sin que haya ningún factor externo desencadenante, que tener el síntoma ansiedad ante un conflicto, problema o situación vital. Por eso, insistimos, el diagnóstico correcto es esencial y, para ello, la consulta con el medico especialista en psiquiatría la clave y la actitud más prudente.
La ansiedad como enfermedad
La ansiedad enfermedad tiene unas bases genéticas y epigenéticas importantes. También con frecuencia se constata una personalidad previa basada en la excesiva autocrítica, el perfeccionismo, la rigidez, la autoexigencia, la meticulosidad y muchas veces una autoestima oscilante. Pero cuidado, tener esa forma de ser no asegura ni determina inexorablemente acabar sufriendo un trastorno de ansiedad, aunque, obviamente, las posibilidades de que ello ocurra son mayores.
Se confunde mucho también el vivir en un ambiente competitivo, a veces agobiante, incluso hasta estresante (amenazante) y que ello sea la causa de la ansiedad, esto es falso. Nadie cuestiona que un entorno tóxico puede dar lugar a enfermedades y trastornos, pero hay un elemento definitivo: la forma de ser (genética+epigenetica), y el entrenamiento que podamos tener para soportarlo.
Cuando acontecen problemas, conflictos y amenazas recurrir a los psicofármacos como son los tranquilizantes o ansiolíticos hay que meditarlo y ponderarlo con el profesional competente. La automedicación será siempre un error grave, mucho más cuando nos basamos en el Dr. Google. A veces también, la prescripción del médico demasiado a la ligera, sin indagar las causas y de una forma semiautomática están en la base de los datos que se manejan. Ello ocurrirá cada vez más por la ausencia de tiempo y por la sobrecarga de pacientes que, sobre todo, en atención primaria existe.
Medicalizar la existencia no da buenos resultados nunca. Prevenir es hoy en día uno de los preceptos esenciales de la buena praxis. La prevención es la esencia de la medicina moderna basada en la evidencia. Por lo tanto, conviene tener en cuenta que, el médico esta, ante todo para prevenir, también para informar, a veces para consolar y, cuando puede, hasta para curar.
La educación sanitaria o alguna intervención psicológica, son con frecuencia unas excelentes pautas para enfocar un conflicto humano-vital que no médico-sanitario, dejarnos llevar por la medicalización es una práctica tan errónea, como evitarla cuando esta es necesaria.
El uso de ansiolíticos o tranquilizantes menores (benzodiacepinas), según las guías y protocolos clínicos deben restringirse al tratamiento sintomático y temporal de los trastornos de ansiedad y en algunos casos del insomnio secundario otro trastorno psiquiátrico como puede ser la depresión.
No obstante, creemos que para evitar tanta “supuesta” prescripción de ansiolíticos, es esencial modificar las condiciones laborales tan precarias como las que existen en muchas unidades de atención primaria. Para escuchar hace falta tiempo, y también saber hacerlo, aunque requiera un aprendizaje muy sencillo. Lo que no le podemos pedir a un médico de familia son heroicidades. Tampoco es razonable demonizar a unos medicamentos, que como todos, bien usados alivian y calman una de las peores enfermedades que existen: LA ANSIEDAD.
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