Se trata de un grupo perfectamente estructurado, jerarquizado y con una doctrina propia, de carácter místico-religioso, que desarrolla sus actividades de una manera no publicitada o con secretismo para quienes no pertenecen a ella, y aun estos, poseen una información muy limitada.
Su estructura piramidal tiene en su cúspide no a una deidad, sino a un líder carismático, generalmente su fundador, en torno al cual gira todo el engranaje de manipulación y presión psicológica a los adeptos.
Éstos, como característica, sufren una patente alienación y despersonalización, en la medida de que el “todo”, es decir, esa organización, está muy por encima de las necesidades y de la propia existencia de cualquiera de sus miembros.
Un elemento muy característico de las sectas es el proceso de captación, que desarrolla una serie de mecanismos que se repiten, con mayor o menor fidelidad, en todos los supuestos. Como los gérmenes oportunistas, en medicina, las sectas buscan personas vulnerables para con su mensaje, fundamentalmente, quienes se hallan en una mala situación vital transitoria –económica, salud de un familiar o propia, etc.-, o bien, personas que muestran una baja autoestima y complejos.
Así, el primer paso, es una sobredosis de afecto inmediato y colectivo. En esa primera fase, y tras la actuación de un “gancho”, una persona con aptitudes para hacer esa valoración de la idoneidad del candidato a ingresar en una secta –tras una conversación generalmente banal, en un pasillo de un hospital o en cualquier lugar, hasta en el metro, la persona en proceso de captación, recibe, de una forma instantánea y aparentemente, sincera, una acogida tan cariñosa que es embriagadora. La persona, falta de cariño o de autoestima, se siente particularmente confortada por esta respuesta. Es justo lo que necesita, al menos, aparentemente.
En esa captación, siempre se hace responsable de todo ese cariño a esa estructura familiar montada entorno al líder, a ese padre que ha construido una “familia” tan afectuosa y cercana. A partir de ese momento, se consigue una disminución de las barreras de censura y crítica, porque entra a funcionar el sistema límbico, es decir, la emotividad. Ello, como el veneno de la serpiente, hace que se paralice, progresivamente, la capacidad de respuesta del individuo.
No obstante, en la medida que se conserva algo de juicio crítico, un segundo aspecto característico de la secta es la respuesta agresiva a la discrepancia. Todo el cariño, la atención y esas amistades instantáneas de los adeptos, que te ofrecen su manta si tienes frio y te colman de atenciones, se tornan en un ostracismo e incluso vejación si se discute el más nimio de los postulados. La adhesión debe ser plena, total e inquebrantable. La más mínima crítica puede erosionar el sistema, y por tanto, se repele con toda la contundencia.
Uno de los anclajes más potentes es ese precisamente. La persona, con el tiempo, construye su vida social solo dentro de la secta. Solo se relacionará con estas personas. Perderá necesariamente su contacto con los no miembros –mecanismo de defensa para evitar críticas-. Mas, si la persona decidiera, en un intervalo lúcido, abandonar esta secta, aparece la consecuencia a tal posición: el ostracismo. Una verdadera “ley del hielo” se presenta sobre el adepto que se pretende ir. Romper con todo lo construido y, a partir de ese momento, quedar aislado. A todos los efectos, se le trata con un ser apestado, desde la consciencia por los rectores de la organización del peligro de un sujeto displicente.
Lamentablemente, no hay fórmulas mágicas ni milagrosas para esta cuestión. En primer lugar, la mejor manera de evitar el riesgo, es prevenirlo. Es fundamental fortalecer al menor en su autoestima, con mensajes positivos, escuchando lo que nos tiene que decir –por poco relevante que nos parezca-, jugando con él e interactuando de una manera proactiva, es decir, dando respuesta a sus problemas cuando puedan surgir. No obstante, aun con toda prevención, son entes que se dedican 24 horas al día a esta labor de captación y adhesión, es decir, jugamos contra profesionales de la seducción, manipulación y chantaje emocional. Es difícil competir con expertos así.
Un aspecto clave es, tan pronto como se detecten los primeros signos de captación, actuar. En el caso de un menor, es difícil que sea captado, pero no imposible, y la respuesta debe ser no sólo asistencial, sino legal también.
Pedir ayuda. Esa es la clave. Existen asociaciones de afectados por las principales sectas, así como equipos terapéuticos y de asesoramiento en las principales localidades de nuestro país que pueden dar una orientación y apoyo a los familiares. La solución al problema no suele ser rápida ni fácil, ni siempre satisfactoria, pero existen ciertos medios que puede cooperar a conjurar el daño que estos entes causan a las personas.
Es bueno hablar de todo, siempre, y con el mayor rigor posible. Al menor, a medida que va creciendo, no le va a valer un simple no. Preguntará y deberemos darle una respuesta. No debemos saber de todo, pero sí debemos hablar de todo con nuestro hijo, buscar información juntos de lo que no sepamos –reconocer la propia ignorancia es una lección de autoridad moral y humildad impagable, si se hace bien-, y sobre todo, tener los ojos bien abiertos. No es frecuente que un menor se interese y pregunte por algo sin que exista un antecedente, una conversación, un reportaje, etc.
→ Las sectas no es un fenómeno nuevo, han existido siempre y las consecuencias sobre la salud mental de los adeptos son muy negativas.
→ En las sectas, a diferencia de las tribus urbanas, existe un “lavado de cerebro” del adepto que anula su libertad y su voluntad.
→ Las sectas captan mediante la búsqueda de personas vulnerables, actúan con sobredosis de afecto inicial, inmediato y colectivo y por último llevan a cabo una respuesta agresiva ante la más mínima discrepancia.