Dicen que rectificar es de sabios. Yo creo que mas que de sabios es de justos. Pues bien, si me lo permiten yo lo tengo que hacer, no por que un servidor se tenga por justo o por sabio, sino por que es simplemente obligado cuando uno se equivoca.
En varios artículos he puesto como se dice coloquialmente “a caer de un burro” al programa vespertino y a veces nocturno de Telecinco “Sálvame”. Me ha parecido siempre un programa cutre, cruel, burdo, a veces soez, incluso escatológico.
He visto como tarde tras tarde unos y otras, otros y unas, se insultan, se recriminan, se burlan y se humillan. He sido testigo a través de ese programa de ver en la pantalla lo más ruin y mezquino del ser humano. Y eso me hería, molestaba y me parecía perjudicial para la salud mental mía de los televidentes y también para la mía.
Pero con el paso del tiempo, de mi propia experiencia televisiva, de los comentarios de expertos en la materia y sobre todo de mi trabajo en la sanidad pública, he visto que “Sálvame” es un excelente entretenimiento para muchas personas que andan con enfermedades crónicas, personas que sufren dolores y discapacidades, seres humanos heridos por la monotonía y las imitaciones psicofísicas, ancianos esperando en soledad el final de sus días. Sálvame tiene una función social que yo ni había contemplado ni tampoco había valorado.
Por lo que me dicen los “televisiologos” es un programa muy bien hecho, económico de producción y que ha sabido mantener durante años el impacto tarde tras tarde con historias reales seudonoveladas. Y todo ello hacerlo como decimos durante mucho tiempo asistidos por un público fiel. Ósea, un programa, profesionalmente hablando, excelente.
He podido comprobar también cómo muchos enfermos lo utilizan como medio de distracción y también de catarsis de sus propios conflictos, ya que, “si a la gente popular y famosa le pasa todo eso, es normal que yo esté también fastidiado”, con lo cual se quedan mas tranquilos e incluso hasta parcialmente reconfortados.
He sido en otros casos testigo de como ancianos sanos, pero muy solos, lo ingieren cada tarde como una botica que les hace reír, y, sobre todo, que les hace no pensar en su dura y cruel soledad, al sentirse acompañados por el elenco de comentaristas, famosetes, advenedizos al mundo de la tv y un largo etcétera que le resulta muy familiar, a veces casi como familia propia.
He visto como “Sálvame” es como una medicina quizá amarga en la forma, pero útil y eficaz en el fondo. Y sobre todo he visto que lo tienen claro, que no engañan, que no se ponen en plan “interesante” y “prepotente”, que no pretenden ser lo que no son, sino que conocen muy bien sus limitaciones y saben cual es su papel. Por lo tanto, me retracto y pido perdón.
El programa en cuestión sigue sin gustarme por muy bien hecho que pueda estar, pero a cada uno lo suyo. Hace una función social que otros rechazan por que la consideran de bajo nivel, incluso como alienante de la personalidad. Es lo que ha ocurrido siempre con la llamada “prensa del corazón”. Yo he sido implacable detractor, pero cuando he reflexionado he podido ver aspectos que no se observan a simple vista y, eso, tengo que reconocerlo pública y humildemente.
“Sálvame”, en dosis moderadas, con descansos prolongados, teniendo claro que es un divertimento guionizado y limitando-prohibiendo su visión a los más pequeños, puede ser un tratamiento sintomático para algunas de las enfermedades sociales que nos acucian. En dosis elevadas, como casi todo, puede producir efectos secundarios e interacciones. Al igual que nos ocurre con los medicamentos. “en la dosis está el veneno” como decía el insigne Paracelso.