15 Jul Las manadas proliferan
Las violaciones, abusos y agresiones sexuales en grupo no son un fenómeno criminal nuevo, aunque los medios de comunicación a veces nos lo presenten como tal. Baste recordar en nuestra historia reciente el horrendo crimen de Alcacer o el no menos terrible de Sandra Palo.
No obstante, y aunque las agresiones sexuales grupales no sean delitos novedosos, si es innegable su incremento al menos a la luz de los datos que se publican. Según las estadísticas que manejan los medios de comunicación extraídas de fuentes oficiales se observa que en el pasado 2018 ha habido el doble de denuncias por agresión sexual en grupo, con un total de 52 casos registrados desde 2016.
Si buceamos en este complejo fenómeno social y legal y lo hacemos desde la óptica psiquiátrico forense, nos encontramos con los siguientes antecedentes. El 29 % de las víctimas son menores de edad y el 30 % de los agresores también lo son. El 62 % de los agresores son desconocidos para la víctima, o esta los ha conocido el mismo día de la agresión. Las agresiones en grupo se llevan a cabo de forma mayoritaria sobre una sola mujer, y en el 70 % de los casos hay otro tipo de violencia física además de la agresión sexual.
Por último, el 13 % de las agresiones se han producido en fiestas populares y la conducta violenta ha estado mediatizada en un porcentaje muy elevado de los casos por el abuso de drogas (alcohol y cannabis esencialmente)
Cuando intentamos dar un paso mas y no nos quedamos solo en la frialdad del dato estadístico, las explicaciones psicosociológicas del fenómeno criminal se sitúan en planos y criterios varios.
En primer lugar estaría la presión que el grupo ejerce sobre el individuo. Esta influencia puede ser de tal calibre que llegue a “transformar” al sujeto, en principio no violento, en una persona agresiva, bravucona y desinhibida.
Serían clásicos los experimentos de Milgram o Asch donde se observa con claridad cómo la moralidad individual (bondad/maldad de las acciones) se disuelve en el grupo. De esta forma perteneciendo al grupo soy: más poderoso, mejor, diferente, especial. Además de este efecto neutralizante de la moral individual, los sujetos creen que el grupo les protege de las consecuencias legales al facilitar el anonimato, dando paso a un sentimiento doble de supremacía e impunidad que estimula el paso a la acción. Hay estudios que llegan a afirmar que el 30 % de los hombres violaría y usaría drogas si no hubiera consecuencias penales.
Un segundo aspecto a considerar en el incremento de las agresiones sexuales grupales sería el consumo cada vez mayor de material pornográfico, sobre todo entre los mas jóvenes. La pornografía, consumida en la adolescencia, donde la capacidad critica y discriminativa es mucho menor, origina una “cosificación” de las relaciones sexuales y una percepción distorsionada sobre la mujer quién puede ser “usada” exclusivamente para la satisfacción sexual del hombre.
En síntesis, la pornografía convierte a la mujer en un mero “objeto de consumo”, y por lo tanto, se devalúa su identidad como persona. Si a ello se le une el cada vez mas fácil acceso a través de internet que se tiene de estas películas, las piezas del puzzle nos empiezan a encajar mejor.
Otro parámetro a considerar para explicar el incremento de conductas sexuales violentas grupales hay que situarlo en el efecto de contagio y de imitación, debido al intenso y minucioso seguimiento mediático de casos como el acontecido en Pamplona en el 2016 y que tanto revuelo social ha causado.
Por último, hay que insistir en el extendido consumo de sustancias, legales e ilegales, entre los jóvenes (botellón) lo que facilita la aparición de conductas en cortocircuito y la deshibición del comportamiento.
Las agresiones sexuales grupales además de estos criterios genéricos tienen otros aspectos más específicos e individuales que formas sintética les expongo a continuación.
En primer lugar los agresores sexuales grupales son sujetos que tienen acusados sentimientos (en muchos casos auténticos complejos) de inferioridad, sentimientos que pretenden ser “neutralizados” o “compensados” con estos comportamientos gregarios (el grupo les da la fuerza y justificación que no obtienen como individuos). Podemos afirmar que en estos agresores el deseo y la satisfacción sexual sería menos importante que el narcisismo, el deseo de notoriedad y la canalización de su agresividad.
Los participantes de violaciones en grupo actuarían más como “cazadores furtivos” que como sujetos afectos de un trastorno de la personalidad o de la sexualidad. En principio, y salvo prueba en contra, no tendrían alteración mental alguna, ni tampoco rasgos psicopáticos, ya que este tipo de conductas muy difícilmente las planificarían y llevarían a cabo en solitario, siendo su practica en grupo la única forma posible de expresión.
Donde si se suelen encontrar en cambio rasgos psicopáticos de personalidad es en los líderes de estas “manadas”. Rasgos que a su vez son los que despertarían admiración entre el resto de los miembros, sobre todo cuando estos son inmaduros, dependientes e inestables emocionalmente como ocurre en la adolescencia, etapa de la vida en la que se produce la búsqueda de señas identitarias distintas a las que tienen por sus orígenes.
Existe otro mecanismo psicopatológico que nos puede explicar las actitudes de adolescentes y jóvenes en la participación en “manadas”, y es que la cohesión interna del grupo y la “hipermasculinidad” que este le proporciona al joven se incrementan y reafirman ante un “enemigo común”, en este caso la mujer, a la que habría que subyugar y dominar.
El ultimo criterio de nuestro análisis exegético sería el relevante papel que juegan la complejidad de ciertas resoluciones judiciales, sobre todo para los no expertos, que no alcanzan a diferenciar conceptos jurídicos muy sutiles y con muchas aristas, lo que hace que algunos de los posibles agresores perciban una impunidad inexistente.
Con estos “mimbres” las medidas a tomar no pueden ser tan simples como solo el aumento del castigo. Es necesario tener en cuenta estos aspectos mas sutiles si queremos de verdad erradicar, o cuando menos disminuir, las violaciones grupales.
Es necesario y urgente modificar el régimen penitenciario e introducir un plan terapéutico riguroso y meditado. Además habría que educar de forma diferente, señalando con objetividad las diferencias y semejanzas entre los sexos, y sobre todo, darle mucha mas importancia y coherencia a las practicas de igualdad.
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