La neurosis o el arte de amargarse la vida es una forma curiosa de denominar un problema que afecta a muchas personas. Las neurosis de antaño, trastornos de ansiedad de ahora, es un concepto que introdujo en la medicina en 1769 un médico escocés llamado Cullen, para definir aquellas enfermedades en las que no había fiebre ni afectación local de los órganos.
Más adelante Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, amplía y modifica el significado del término. Para Freud, y en general para la mayor parte de las escuelas psicoanalíticas, las neurosis se producirían por un fracaso de los llamados “mecanismos de defensa” psicológica. Estos mecanismos los tenemos todos y son los responsables de la aparición de una serie de síntomas en los que el denominador común es la ansiedad patológica.
El término de neurosis, y mucho más el de neurótico, han ido adquiriendo un tinte despectivo, peyorativo, empleándose coloquial e inadecuadamente para denominar a aquellas personas que son intransigentes, impulsivas, agobiantes, manipuladoras, nerviosas, hipersensibles, impacientes, en fin, personas a veces conflictivas y de difícil trato. Por ello, y por otras razones que no tiene demasiado sentido analizar aquí, la psiquiatría actual ha hecho desaparecer de su vocabulario y de sus clasificaciones casi por completo el término de neurosis, para pasar a llamar a este tipo de enfermedades Trastornos de Ansiedad, Somatomorfos, Facticios y Disociativos.
Dejando a un lado las complicadas clasificaciones psiquiátricas y las diferentes variedades de trastornos de ansiedad, lo que si habría en todas las formas de trastorno neurótico un denominador común: ANSIEDAD PATOLÓGICA.
Pero como, ¿hay ansiedad normal?, por supuesto. Hay niveles normales de ansiedad, no olvidemos que la ansiedad es un mecanismo que nos va a permitir enfrentarnos y superar a los diferentes avatares de la vida. Así, cuando nos tenemos que enfrentar ante un examen, a una relación amorosa, a una complicada reunión de negocios, o en un simple viaje de placer, tenemos ansiedad. Una ansiedad que nos estimula a hacer el trabajo, a salir airosos de una situación, en definitiva una ansiedad positiva y útil.
Pero cuando la ansiedad es desproporcionada, inútil, irracional, desmedida, estamos ante una enfermedad. Esta ansiedad patológica nos bloquea, inhibe, e incapacita para realizar cualquier tipo de actividad, en definitiva es un freno, un enorme y pesado lastre con el que algunas personas tienen que, desgraciadamente, convivir involuntariamente, a veces, toda su vida. Dentro de los trastornos de ansiedad tenemos enfermedades de expresión clínica diferente, pero con un mismo denominador: NIVELES ELEVADOS DE ANSIEDAD.
En primer lugar por su frecuencia estarían las fobias o miedos exagerados. Las más frecuentes son a ciertos animales, a los espacios muy cerrados, a hablar en público (fobia social), a la sangre, a volar en avión, a los sitios altos, a objetos cortantes, a las tormentas, a la oscuridad, a tener enfermedades (cáncer, SIDA, etc.).
Hay un tipo de fobia que se denomina técnicamente “Agorafobia” y que es la ansiedad o temor a estar en situaciones o lugares de los cuales puede ser difícil o embarazoso salir en caso necesario, o bien en los que no existe forma de obtener ayuda en el caso de sufrir un ataque de pánico. Esta fobia es muy incapacitante, afecta el triple a la mujer que al varón y su frecuencia oscila entorno al 3 % de la población.
Otra forma de expresión de la ansiedad patológica es el trastorno obsesivo compulsivo, enfermedad muy incapacitante y frecuente (2-3 % de la población general adulta, ocupando el 4º lugar de todas las enfermedades psiquiátricas, detrás de la depresión, las fobias y las toxicomanías). Esta enfermedad, se caracteriza por la existencia de ideas, imágenes o impulsos recurrentes y persistentes, que el propio enfermo reconoce como no deseados. Todo ello genera un gran malestar que el paciente intenta neutralizar o reducir con otros pensamientos o acciones llamadas compulsión. Estas se repiten una y otra vez en un intento vano de reducir la angustia producida por el pensamiento obsesivo, no solo sin conseguirlo sino produciendo también intenso agotamiento y frustración.
La ansiedad patológica también se puede manifestar a través de lo que llamamos Histeria en sus dos variedades: trastornos disociativos y trastornos por conversión. Freud, distinguía clásicamente dos tipos de histeria. La histeria de conversión en la que el paciente perdía una función corporal (vista, motilidad, audición, sensibilidad, etc.) sin causa orgánica que lo explicara, y la histeria disociativa en la que el paciente tenía una doble personalidad, alternándose dichas “formas de ser” a lo largo del tiempo (Dr. Jeckyl y Míster Hyde). Tanto en un caso como en el otro el paciente ni simulaba ni mentía, según la teoría psicoanalítica obtenía una ganancia secundaria (afecto, atención, liberación de traumas) y expresaba de esta forma un conflicto inconsciente.
Hoy sigue habiendo histéricos e histéricas, aunque si bien es cierto no presentan los síntomas con la misma claridad, pero sobre todo con la misma aparatosidad, como cuando Freud describe el cuadro clínico. No obstante, en la práctica médica se pueden seguir observando cuadros de dolores, afonías, alteraciones en la marcha, parálisis, cegueras, sorderas, temblores e incluso crisis convulsivas, que no tienen ninguna causa que los explique y que podrían entrar plenamente en el campo de la histeria.
La hipocondría es otro tipo de trastorno de ansiedad caracterizado por una preocupación intensa e invencible a sufrir una enfermedad grave sin que se pueda objetivar ninguna alteración somática que justifique las molestias que relata el paciente. El hipocondríaco es un enfermo difícil, que sufre, que sufre intensamente (no como el histérico quien paradójicamente relata sus graves síntomas con una notable indiferencia). El hipocondríaco es un enfermo complicado que crea gran incomodidad al médico que le trata y ansiedad en su entorno familiar. Su convencimiento de estar enfermo puede llegar a ser muy firme, recurriendo a múltiples consultas y exploraciones, de las que, obviamente, sale con las mismas dudas con las que entró. La frecuencia de este tipo de trastorno, antes llamado neurosis hipocondríaca y recogido magistralmente en el teatro por Moliere en su “Enfermo imaginario”, oscila entre 4 a un 9 % de los pacientes psiquiátricos.
Por ultimo dentro de este rápido repaso que estamos haciendo de los trastornos de ansiedad estaría el llamado Trastorno de Pánico, enfermedad que produce unos síntomas tan alarmantes que con frecuencia acaba en los servicios de urgencia. El paciente presenta una crisis de ansiedad que aparece de forma abrupta y que provoca un miedo intenso con sensación de muerte o de pérdida de la razón. De forma inesperada e inexplicable el enfermo nota una sensación de opresión en el pecho, inestabilidad, hormigueos, dificultad para respirar, y una sensación de gravedad importante. La situación que se produce, es tan incómoda que como ya hemos anticipado el paciente suele acudir a urgencias, donde tras someterle a las correspondientes exploraciones le dicen que “no tiene nada” y que son “sólo nervios”.
Todo lo descrito genera mayor ansiedad y también desconfianza al enfermo, ya que los síntomas son tan evidentes que acaba pensando que se han equivocado. Y…en cierta manera así es, ya que decirle a un paciente con un trastorno de pánico que no tiene nada no sólo es inconveniente sino que también es falso. No tiene ninguna patología cardiaca, ni respiratoria, ni corre peligro su vida como él cree, ni se va a volver loco. Pero si tiene una enfermedad, una enfermedad en la que existen alteraciones en los neurotransmisores y en los receptores neuronales que son en definitiva las responsables de los síntomas que sufre.
Todos estos trastornos producen un intenso malestar, no solo por los desagradables e incomodos síntomas, sino también por la soledad e incomprensión a la que se ven sometida estos enfermos. Una gran parte de la sociedad, por ignorancia e incultura, sigue uniendo enfermedad mental y locura, estigmatizando de esta forma a unas dolencias y con ellas a unas personas, cuyo único fallo es haber heredado una personalidad mas vulnerable y haber sufrido en muchos casos una inadecuada educación en las primeras etapas de su desarrollo vital.