08 Nov La Depresión: Síntomas y Tratamiento
La Depresión: Síntomas y Tratamiento.
Depresión: «Doctor, estoy triste, cansada, apática, todo me da igual, cada día tengo que hacer enormes esfuerzos para seguir adelante, la cosa más trivial se me hace un mundo… ¡como me cuesta vivir!. Y lo peor es que no tengo motivos para estar así, tengo una familia que me quiere, un trabajo estable, amigos que se preocupan de mí….. no entiendo lo que me pasa. He pensado de todo, incluso en quitarme del medio, que horror». Diálogos como este son harto frecuentes en nuestras consultas de psiquiatría.
El paciente deprimido es, como casi todos los enfermos psíquicos, además de un enfermo, una persona incomprendida que se siente muy sola. ¡Que difícil es entender la depresión!. ¡Que difícil es ponerse en el lugar de un paciente «patológicamente» triste!. ¡Que difícil es asumir que la Enfermedad Depresiva es fundamentalmente una enfermedad más, una alteración neurobioquímica y metabólica.
Estar deprimido no es solo estar triste. La depresión es una tristeza patológica, profunda, visceral, inmotivada, o cuando existe un motivo desencadenante hay una tremenda desproporción entre este y el malestar que el enfermo relata y padece. La amargura del depresivo abarca la totalidad de su ser, le impide realizar actividades, le desasosiega profundamente, es como una losa que le acompaña de día y de noche y cuya única solución cree el enfermo más grave encontrarla en la muerte.
Además de la tristeza es muy usual encontrarnos como el paciente refiere una intensa apatía, además de una notable pérdida de interés por las actividades cotidianas. De esta manera, actos como el salir a pasear, a comprar, leer la prensa, o realizar las tareas rutinarias, se convierten en problemas de difícil solución. Con frecuencia vemos también como el ritmo del sueño se altera, apareciendo en los casos más graves el llamado insomnio de despertar (se duerme pronto pero se despierta muy temprano). En otras formas de depresión el insomnio es de conciliación (dificultades para iniciar el sueño).
El deprimido se queja también de dificultades para concentrarse y para recordar las cosas, lo que le obliga a hacer esfuerzos para seguir una conversación, leer un libro o simplemente ver un programa de televisión. El llanto fácil, la irritabilidad, el aislamiento social, la desesperanza, el pesimismo y la preocupación casi siempre obsesivas y unidas a ideas de culpa, así como una larga lista de molestias somáticas (astenia, fatigabilidad, dolores diversos, molestias digestivas, disfunciones sexuales…), cierran el amplio abanico de síntomas depresivos y configuran en principio un panorama desolador al que se le suele unir la incomprensión cuando no la crítica de familiares y amigos, y lo que todavía es peor, también la de algunos profesionales sanitarios que ven en el paciente depresivo un mal enfermo que no pone de su parte. En definitiva que no «quiere» curarse.
Los que acabamos de describir son los síntomas correspondientes a un tipo concreto de depresión, que llamamos depresión mayor. Pero hay otras variedades de esta enfermedad con síntomas diversos. En este sentido, y con relativa frecuencia, la depresión puede ir unida a síntomas ansiosos que le confieren unas características peculiares y que se pueden prestar a confusión. Una cosa es la ansiedad patológica y otra es la enfermedad depresiva con síntomas ansiosos, distinción esta no solo teórica sino que también tiene indudable importancia practica de cara al tratamiento que se vaya a adoptar.
Tampoco es infrecuente que la depresión se oculte o enmascare detrás de síntomas fundamentalmente somáticos. De esta forma, muchas depresiones se presentan ante el médico como dolores de cabeza repetitivos, molestias de espalda difusas, alteraciones digestivas diversas, sensaciones vertiginosas, etc., siendo mal diagnosticadas, y en consecuencia, tratadas de formas muy variadas y casi siempre ineficaces. Pero las llamadas máscaras de la depresión no se limitan solo a síntomas somáticos o físicos, sino que también la depresión se puede ocultar detrás de cambios en la conducta. Así ante ciertos comportamientos anómalos (delincuencia, agresividad, conductas temerarias, etc.) sobre todo si aparecen en personas muy jóvenes y de forma relativamente brusca, habrá que descartar siempre la existencia de una depresión
Además de la depresión que hemos descrito y que se puede considerar como la depresión tipo existen otras variantes. Una que merece especial relevancia es la depresión infantojuvenil. En líneas generales se puede afirmar que cuando un niño se deprime lo más frecuente es encontrar cambios en su conducta habitual. De esta forma podemos observar la aparición de miedos que se acompañan de síntomas ansiosos muy llamativos (terrores nocturnos, pesadillas) y dolores, casi siempre de tipo abdominal o de cabeza. También es usual observar otros síntomas como disminución del rendimiento escolar, aumento de la agresividad, pérdida del control de esfínteres, etc.
La depresión infantojuvenil es una entidad a la que hay que prestar suma atención, sobre todo cuando esta aparece en la adolescencia, ya que el riesgo de suicidio en esta etapa de la vida es relativamente elevado. No olvidemos que el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15-25 años. Además en la adolescencia se unen dos factores que dificultan el diagnóstico. Por un lado lo frecuentes y normales que son los cambios de conducta durante este periodo de la vida, por el otro, las dificultades que tiene el propio adolescente en expresar sus sentimientos. Por todo ello muchas veces se confunde la rebeldía, las rarezas y las crisis de identidad con procesos depresivos que, si son abordados adecuadamente, la evolución será satisfactoria y sin secuelas relevantes.
Hoy disponemos de terapias farmacológicas (antidepresivos ISRS y IRNS) muy eficaces que mitigan el sufrimiento y acortan la fase aguda de la enfermedad. Los antidepresivos son fármacos muy empleados sin duda por que sus resultados los avalan, no obstante habrá que asociarles también una psicoterapia para cambiar las frecuentes ideas distorsionadas y sustituirlas por otras lógicas y racionales, aspecto esencial para prevenir las recaídas.
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