En la sociedad en la que vivimos percibo como muchas personas tienen recelos e incluso miedo para expresar con espontaneidad y libertad lo que piensan o sienten. Cada vez hay más personas que consideran que, si lo hacen, es muy probable que reciban represalias y amenazas de todo tipo.
El problema de la autocensura
Ello está dando lugar a que nosotros mismos nos autocensuremos, y que no solo la libertad de expresión sea perjudicada, sino que se produzca también un empobrecimiento intelectual y un adoctrinamiento masivo, llegando a instaurarse el “pensamiento único” que acompaña al peligroso concepto de lo políticamente correcto.
Expresar las ideas sin miedo es esencial para la salud mental, cuando no lo hacemos se produce un mecanismo de represión, lo que a su vez da lugar a un estado de insatisfacción y de malestar, que más pronto que tarde, se expresará a través de síntomas (tristeza, ansiedad, angustia, obsesiones, fobias, etc.)
Ya no hacen falta “censores” como en otros tiempos no excesivamente lejanos, y que algunos tenemos en nuestros recuerdos. Se ha conseguido que el propio sujeto sea su autocensor, autocontrolador y en suma el elemento nuclear que modula las respuestas, los pensamientos y la conducta, al principio de forma solo individual, y más tarde, también de manera grupal.
Salirse del redil puede llevar a la exclusión intelectual y social. Es lo que les pasa a algunos pensadores eminentes que defienden posturas contrarias a las “correctas”, es decir a las que encajan con el poder político dominante. Al principio se les cuestiona ácidamente, luego se les insulta y se les descalifica, y, al final, se les desprecia y anula.
La salud mental como eje central
Que la salud mental general está mal, nadie parece cuestionarlo. Es decir, en el momento presente, y a tenor de lo que nos dice la epidemiologia, hay más enfermos psíquicos, con dolencias más graves y de un abordaje y tratamiento más difícil. No obstante, algunos niegan la mayor y matizan que hay muchos sesgos en las investigaciones y que ese criterio no es unánimemente aceptado.
Lo que yo si afirmo desde mi humilde parcela de observador de la conducta humana, es que hoy tenemos más personas insatisfechas, incomodas y con notorio malestar que las que había en tiempos pretéritos. Quizá porque esas “enfermedades” son consecuencia en gran medida de una autocensura implacable y, desgraciadamente, cada vez más necesaria para la supervivencia.