Dicen los estoicos que lo importante no es lo que nos ocurre a lo largo de nuestra existencia, lo que acontece en nuestra vida, sino la interpretación y valoración que hacemos de ello. Aun estando plenamente de acuerdo con la afirmación, veo solo un serio problema, que la interpretación de nuestra realidad, de la vida, del entorno, la hacemos a través de un órgano especial, complejo, ignoto como es el cerebro. Y a veces, este no nos permite interpretar lo que uno quiere o le conviene, sino lo que las emociones nos imponen a la hora de afrontar la realidad.

Los psicólogos, expertos en “gestionar las emociones” dicen que es posible entrenarse y conseguir un dominio tal que seamos capaces de pensar “en positivo”, o si lo prefieren, de una forma “realista” y no catastrófica. Yo como médico ya veterano me permito cuestionar la mayor.

Los pensamientos, las creencias y las ideas a veces no es posible modificarlas, salvo que se introduzca en la ecuación otros parámetros como son los biológicos, es decir, neuroquímica, hormonas, receptores cerebrales, neurotransmisores…, ajenos a la voluntad del sujeto.

La navidad es un periodo cada más más comercial y menos religioso o espiritual. Son unas vacaciones y solo quedan como vestigios de la antigua navidad las reuniones familiares, que cada vez son más problemáticas y que se convierten a veces en llamativos focos de conflicto. “El espíritu navideño” es hoy ante todo un marketing brutal, donde las ideas de paz, bondad y confraternidad han dado paso a otras muy diferentes: regalos “visibles o invisibles”, diversión, viajes y folclore.

En cualquier caso, hay que adaptarse a estos cambios, sin perder nuestro sentido crítico y de mesura. “La especie que sobrevive más no es la más inteligente sino la que mejor se adapta al medio”, decía el biólogo C Darwin. No obstante, les dejo en el enlace siguiente algunas otras reflexiones que he publicado Aragón Digital.

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José Carlos

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