El acoso escolar o Bullyng se puede definir como un continuado y deliberado maltrato verbal y conductual que recibe un menor por parte de otro u otros para someterle, intimidarle, amenazarle o chantajearle, atentando contra su dignidad y sus derechos fundamentales. El Bullying está caracterizado por ser una conducta agresiva intencionada, dañina y persistente, y en ningún caso se trata de un episodio esporádico.
Los datos que se manejan son alarmantes. Así, según el estudio Cisneros VII se establece una incidencia del 39% de los alumnos entre 2º de Primaria y 2º de Bachillerato. Un 24% se considera, técnicamente, en situación de acoso escolar. La tasa muestra diferencias por sexos: así, el 26’8% del total de los niños y el 21’1% del total de las niñas, siendo estas en general, menos acosadas a excepción de en 3º, 4º y 6º de Primaria y 1º de ESO. Los agresores son varones en el 66% de los casos y mujeres en el 33%. Las niñas son más acosadas por niñas (68%) y los niños lo son por otros niños (63%).
Por otro lado, y según el Informe del Defensor del Pueblo (2007) “Violencia escolar: el maltrato entre iguales en la educación secundaria obligatoria 1999-2006”, en todos los centros escolares se producen conductas de acoso escolar, entre las que incluye la exclusión social. En cuanto a la frecuencia de maltrato observado por esta institución, la forma más frecuente es la verbal (del 49 al 55’8%) y un 22% de exclusión social. La agresión física directa como pegar (14’2%), robar (10’5%) y estropear o romper las cosas de otro (7’2%) le siguen. Por último la existencia de amenazas y chantajes oscila desde un 22’7% de dar miedo a 1% de amenazar con armas. Asimismo, un 1’3% de adolescentes percibe el acoso sexual como una forma de maltrato que ocurre muchas veces.
El acoso suele empezar de forma más o menos brusca produciéndose una serie de cambios en la relación entre el acosador y la víctima, que hasta entonces era neutro o, incluso, positivo. Esto puede producir por factores diversos como: celos, envidia, competitividad excesiva o ambición insana.
El incidente desencadenante actúa como una “señal” que da pie al acosador a iniciar el proceso de acoso, proceso al que se van a ir agregando miembros que también empiezan a hostigar, marginar, agredir o excluir a la víctima que, hasta entonces, se diferenciaba por tener éxito académico, ser agraciado/a físicamente, etc. Cualquiera que por sus dotes pueda amenazar el liderazgo del acosador, puede ser considerado objeto de acoso.
Muchas veces, el factor desencadenante del bullying es algo tan insignificante y fortuito como que le hayan metido un gol, cuando el equipo iba perdiendo, haber sacado una nota muy baja en una asignatura considerada “fácil”, haberse tropezado y caído delante de los compañeros en una excursión… nada trascedente…, pero suficiente para que se ponga en marcha la conducta de acoso.
El acosador es quien facilita e impulsa el paso desde este hecho trivial y puntual a una situación de acoso grupal frecuente y sistemático y que ocasionará daños clínicos en la víctima.
En esta fase se ponen motes, se realizan caricaturas ofensivas, le gritan, cuelgan una foto manipulada en webs no adecuadas o le envían mensajes amenazantes a través del chat de Facebook o de los watts… El grupo que, inicialmente, sólo eran testigos de aquello que hacía el agresor, pasan a ser partícipes activos, aunque algunos lo hagan por miedo a ser las siguientes víctimas en la lista del acosador.
Lo más triste es que en esta situación, cuando se debería poner remedio inmediato a los inicios del bullying, nadie cree a la víctima. En demasiadas veces se intenta buscar la causa del acoso en la propia víctima y se produce un efecto demoledor sobre el menor que se denomina victimización secundaria. Se le saca de clase para que le vea el psicólogo escolar y se le señala por algunos profesores, ante sus padres y sus compañeros -incluidos aquellos que le están acosando- como un menor difícil, insociable, agresivo/a, depresivo/a, hiperactivo/a y con cambios de humor, que molesta a la clase, obviamente, sin que nadie le haga nada. E, incluso, se llega a decir del menor que presenta necesidades educativas especiales -en un intento de segregarlo aún más socialmente-, no tiene habilidades sociales, “no es empático/a con sus compañeros”-
De la misma manera, el centro escolar lo escruta intentando buscar en la víctima la exageración malintencionada o, simplemente, la mentira. Todos estos errores dan lugar a un despropósito en mayúsculas al señalar a la víctima del acoso como “merecedor” del mismo ya que hay algo que no anda bien en sí mismo. Así, el centro educativo, con excesiva frecuencia no interviene de forma inmediata y eficaz en la protección de la víctima lo cual conduce a estigmatizarla y aislarla socialmente.
El tiempo que transcurre entre el acoso y la aparición de daños psicológicos depende de variables diversas relacionadas con las características individuales de la victima y también con el apoyo de su entorno familiar, educativo y social.
La víctima tarda un período, que puede ser muy variable, en manifestar conductualmente estos daños. Cuando por fin los padres y el centro educativo se dan cuentan de que existe un problema suele ser tarde ya que la posibilidad de confundir el daño clínico de estrés postraumático, ansiedad, distimia y somatización generado por el acoso con otros trastornos psicológicos es elevada.
Cuando, ya finalmente, la víctima de acoso recibe asistencia por parte de especialistas, nos encontramos con menores confusos y con abundantes sentimientos de culpabilidad. Esto es curioso pero es un mecanismo real y frecuente, ya que durante las etapas previas la víctima acaba creyéndose que es malo, torpe, necio, que no valen para nada, que ha cometido fallos muy graves, que han obrado muy mal, generando todo ello un descenso de su autoestima, de una forma muy parecida a lo que pasa en las mujeres maltratadas.
Si los casos de acosos no son diagnosticados y no hay una intervención adecuada y precoz, lo más probable es que haya una falsa resolución del problema mediante la exclusión de la víctima de su centro escolar, lo cual puede ser debido a muchos factores. Por un lado, a que los centros se convierten en lugares “tóxicos” debido a la impunidad de la violencia y la unanimidad del acoso. También, suele ocurrir que las complicaciones emocionales debidas al daño que el acoso produce en las víctimas provoquen en estos problemas de rendimiento académico reales o incluso trastornos de conducta.
A veces el abandono se produce porque la estigmatización se extiende a otros profesores, padres de alumnos, vecinos, los cuales -consciente o inconscientemente- terminan agregándose al grupo que se materializa en una especie de “linchamiento” que no deja más opción a las víctimas que el abandono del centro escolar y, en ocasiones, a las familias, el cambio de barrio o de lugar de residencia.
Cuadros de tipo ansioso que, generalmente, son erróneamente diagnosticados con problemas de ajuste social, déficit de habilidades sociales o, incluso, hiperactividad. Pero, pasa desapercibida la vivencia terrible que es para un menor la situación de persecución, violencia o intimidación que puede acarrear que el problema se haga crónico. Además, la interferencia de la ansiedad con el rendimiento académico es elevada ya que suele producir problemas de atención y concentración, lo cual puede acabar en fracaso escolar y de esta manera cerrar un circulo pernicioso.
Se suele aparecer transcurridos meses o, incluso años después del acoso. Los síntomas mas llamativos son:
Aproximadamente el 5% de los menores de la población general, no acosada, también sufre depresión en algún momento. Sin embargo, aquellos que viven con la carga emocional que significa el maltrato propio de la violencia y del acoso escolar lo desarrollan con una mayor frecuencia. En todo caso, entre un 40-70% de los niños con distimia presentan comorbilidad con otros trastornos psicológicos.
Se trata de la aparición de sintomatología psicosomática (cefalea, dolores abdominales, nauseas, incluso, vómitos…) en el menor afectado de acoso. Este tipo de sintomatología nos revela la existencia de un conflicto psicológico que el menor siente por su deber de acudir forzosamente al centro donde está siendo víctima de una violencia ante la cual se halla indefenso. Por tanto, si se encuentra enfermo, la “enfermedad” le da una salida a su situación, ya que un menor enfermo no puede acudir al colegio por esa razón y, por tanto, de esta forma se protege del acoso. Es característico que este tipo de sintomatología aparezca, sobre todo, cuando se acaba el fin del semana o un período vacacional o un día festivo.
¿Qué hacer ante el llamado Bullyng o acoso escolar? Lo primero es pensar en su existencia, nunca sobredimensionándolo, pero tampoco minusvalorarlo. Para ello resumimos algunas pautas que pueden ser de utilidad.
1.- En el medio escolar debe inocular la idea de la ayuda y del compañerismo, suprimiendo cualquier atisbo de acoso, siendo muy importante dejar claro la “tolerancia cero” frente a este tipo de conductas.
2.- Insistir que el acosador lo es y la víctima también lo es, por eso, es muy importante desde el inicio no hacer la vista gorda ante conductas de acoso.
3.- Es muy útil el sondeo anónimo que permite exponer la magnitud del problema sin miedo a sufrir represalias.
4.- Formación adecuada del profesorado en esta materia, existiendo un coordinador o responsable de esta problemática.
5.- Programar tiempo académico destinado a hablar de la materia y de sus consecuencias.
6.- Intervención urgente del profesorado, padres y personal sanitario ante la detección de posibles casos.
Otros artículos del Bullyng:
https://www.josecarlosfuertes.com/bullyng-o-algo-mas/
https://www.josecarlosfuertes.com/el-ultimo-caso-de-bullyng/